En realidad no estaba todo perdido, era amante de las caminatas nocturnas, hacia muy buena noche, la luna brillaba en el cielo e iba lo suficientemente contento por la cerveza como para que todo me diera igual. Enfilé el camino. La verdad es que incluso las afueras eran bonitas. Iba andando por calles de casas bajas iluminadas por faroles amarillos que le daban un aire romántico / de cuento a mi paseo nocturno. Pasaba junto a bares con algún paisano bebiendo en la terraza, plazas oscuras y desiertas y estatuas dedicadas a alguien que, alguna vez, seguro hizo algo muy importante: "No me dedicarán una de estas a mi algun dia" pensé, "Al catalán que casi agota las reservas de vino de Oporto de todo el paÃs en 2 meses".
El paseo estaba siendo agradable, en unos dÃas terminaba mi Erasmus y trataba de disfrutar de cada paso que daba. Ese paseo estaba siendo mi particular despedida de la ciudad.
Al cabo de un largo rato se me acercó un chico en una de las plazas, me quité los cascos para oÃr mejor lo que decÃa:
-HachÃs, marihuana.
Estaba cerca del centro ya...
Efectivamente, después del encuentro con el amable comerciante nocturno empecé a encontrar mas ambiente de ciudad Europea: Parejas de turistas paseando de la mano con las cámaras colgadas al cuello, grupos de chicas en minifalda dispuestas a comerse el mundo aunque solo fuera por una noche...
Pasé junto a un bar cuyo nombre me llamo la atención: Bar El Cabrón. Alguna ex-novia mÃa se habÃa venido a Lisboa y habÃa montado un bar en mi honor, ¡al fin el reconocimiento por el que antes habÃa suplicado! No era una estatua, pero era un bar, que casi me representaba mejor.
Estaba ya cerca de la plaza del comercio y la caminata habÃa sido de lo mas agradable, pero aun me quedaba una sorpresa más con la que la ciudad querÃa deleitarme y despedirse de mi. Llegué a la Praça do Municipio y me la encontré totalmente a oscuras excepto por la fachada del ayuntamiento que estaba iluminada de un precioso color azúl. Delante del ayuntamiento habÃa un escenario también iluminado y enfrente de este una multitud de cabezas oscuras que llenaba la plaza y escuchaba la música. HabÃa un festival cultural en la ciudad y yo no lo sabÃa. La música que esa multitud silenciosa y oscura escuchaba tenia un nombre: Fado.
Me unà a la multitud y simplemente me maravillé con el espectáculo de luces y la música; hacia tiempo que no veÃa nada que me cautivase tanto como lo hizo el Fado aquella noche. Decidà quedarme a ver todo el concierto, asà que me senté en la entrada de un parking que habÃa en uno de los laterales de la plaza. HabÃa un chico un poco mayor que yo sentado a mi lado disfrutando del espectáculo en compañÃa de una botella de vino tinto, le pedà fuego, me encendió el cigarrillo y después me pasó la botella de vino y le pegue un buen trago. Nos quedamos en silencio, contemplando lo apoteósico de la cultura portuguesa, compartiendo durante toda la noche el vino y los cigarrillos... Fue la despedida perfecta.